El Cantar de mio Cid se diferencia de la épica francesa en la ausencia de elementos sobrenaturales (salvo, quizá, la aparición en sueños del arcángel San Gabriel al protagonista, el episodio del león que se humilla ante el Campeador, el brillo de las espadas Colada y Tizona, y la extraordinaria calidad de Babieca),3 la mesura con la que se conduce su héroe y la relativa verosimilitud de sus hazañas. El Cid que ofrece el Cantar
constituye un modelo de prudencia y equilibrio. Así, cuando de un
prototipo de héroe épico se esperaría una inmediata venganza de sangre,
en esta obra el héroe se toma su tiempo para reflexionar al recibir la
mala noticia del maltrato de sus hijas («cuando ge lo dizen a mio Cid el
Campeador, / una grand ora pensó e comidió», vv. 2827-8) y busca su
reparación en un solemne proceso judicial; rechaza, además, actuar
precipitadamente en las batallas cuando las circunstancias lo
desaconsejan. Por otro lado, el Cid mantiene buenas y amistosas
relaciones con muchos musulmanes, como su aliado y vasallo Abengalbón,
que refleja el estatus de mudéjar (los «moros de paz» del Cantar) y la convivencia con la comunidad hispanoárabe, de origen andalusí, habitual en los valles del Jalón y Jiloca por donde transcurre buena parte del texto.4
Además está muy presente la condición de ascenso social mediante las
armas que se producía en las tierras fronterizas con los dominios
musulmanes, lo cual supone un argumento decisivo de que no pudo
componerse en 1140, pues en esa época no se daba ese «espíritu de
frontera» y el consiguiente ascenso social de los caballeros infanzones
de las tierras de extremadura.
El propio Cid, siendo solo un infanzón (esto es, un hidalgo de la
categoría social menos elevada, comparada con condes, potestades y ricos
hombres, rango al que pertenecen los infantes de Carrión) logra
sobreponerse a su humilde condición social dentro de la nobleza,
alcanzando por su esfuerzo prestigio y riquezas (honra) y finalmente un
señorío hereditario (Valencia) y no en tenencia como vasallo real. Por
tanto se puede decir que el verdadero tema es el ascenso de la honra del
héroe, que al final es señor de vasallos y crea su propia Casa o linaje
con solar en Valencia, comparable a los condes y ricos hombres.
Más aún, el enlace de sus hijas con príncipes del reino de Navarra y
del reino de Aragón, indica que su dignidad es casi real, pues el
señorío de Valencia surge como una novedad en el panorama del siglo XIII
y podría equipararse a los reinos cristianos, aunque, eso sí, el Cid
del poema nunca deja de reconocerse él mismo como vasallo del monarca
castellano, si bien latía el título de Emperador, tanto para los dos
Alfonsos implicados como para lo que fue su origen en los reyes
leoneses, investidos de la dignidad imperial.
De cualquier modo, el linaje del Cid emparenta con el de los reyes cristianos y, como dice el poema: «Oy los reyes d'España sos parientes son, / a todos alcança ondra por el que en buen ora nació.» («Hoy los reyes de España sus parientes son, / a todos les alcanza honra por el que en buena hora nació.»), vv. 3724–3725,5
de modo que no sólo su casa emparenta con reyes, sino que estos se ven
más honrados y gozan de mayor prestigio por ser descendientes del Cid.
Respecto de otros cantares de gesta, en particular franceses, el Cantar
presenta al héroe con rasgos humanos. Así, el Cid es descabalgado o
falla algunos golpes, sin que por ello pierda su talla heroica. De
hecho, se trata de una estrategia narrativa, que al hacer más dudosa la
victoria, realza más sus éxitos.
La verosimilitud se hace patente en la importancia que el poema da a la supervivencia de una mesnada desterrada. Como señala Álvar Fáñez
en el verso 673 «si con moros no lidiamos, nadie nos dará el pan». Los
combatientes del Cid luchan para ganarse la subsistencia, por lo que el Cantar
detalla por extenso las descripciones del botín y el reparto del mismo,
que se hace conforme a las leyes de extremadura (es decir de zonas
fronterizas entre cristianos y musulmanes) de fines del siglo XII.
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